25.10.08

La Isla




VII LA ISLA

Cuando prolificaron los colosos
y erguidos caminaron
hasta poblar la isla de narices de piedra
y, activos, destinaron descendencia: hijos
del viento y de la lava, nietos
del aire y la ceniza, recorrieron
con grandes pies la isla:
nunca trabajó tanto
la brisa con sus manos,
el ciclón con su crimen,
la persistencia de la Oceania.

Grandes cabezas puras,
altas de cuello, graves de mirada,
gigantescas mandíbulas erguidas
en el orgullo de su soledad,
presencias,
presencias arrogantes,
preocupadas.

Oh graves dignidades solitarias
quién se atrevió, se atreve
a preguntar, a interrogar
a las estatuas interrogadoras?

Son la interrogación diseminada
que sobrepasa la angostura exacta,
la pequeña cintura de la isla
y se dirige al grande mar, al fondo
del hombre y de su ausencia.

Algunos cuerpos no alcanzaron a erguirse:
sus brazos se quedaron sin forma aún, sellados
en el cráter, durmientes,
acostados aún en la rosa calcárea,
sin levantar los ojos hacia el mar
y las grandes criaturas de sueño horizontal
son las larvas de piedra del misterio:
aquí las dejó el viento cuando huyó de la tierra
cuando dejó de procrear hijos de lava.
Pablo Neruda

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